domingo, noviembre 28

Mi juicio...

"Alea jacta est"
Menandro

Princesa,

y al instante siguiente a morir, comenzó el juicio de mi vida. Aconteció en una gran sala pintada en ocres, de alto techo blanco repleto de artesonadas y celosías.

Delante de mi un juez sin rostro, con peluca y negra toga. En su mesa y a su derecha dispuesto un mazo de madera, descansado sobre el plato repleto de señales de cientos de golpes previos.

A mi derecha, una mesa vacía, y justo detrás de ella, pude identificar a todas las personas a las que en algún episodio de mi vida, dañé de una u otra forma. Era curioso, porque todos tenían la edad del momento en que se produjo mi agravio. Vi niños, jóvenes, adultos y ancianos. Me asombré, no pude contarlos, porque no pude ni mirarlos. Me asusté, estaba claro que sería un procedimiento sumarísimo, como esos que recordaba de los juicios de las grandes guerras.

Uno a uno, fueron pasando mis agraviados, y explicando, con detalle el mal que en su día les causé. Hubo de todo, desde los que no recordaba, hasta los que me avergoncé de escuchar. Desfilaron en orden cronológico, como en un resumen de mi existir en el mundo.

Fui incapaz de medir el tiempo que transcurrió, con la extraña sensación, como si en aquel estadio, en que nos encontrábamos, el tiempo pareciera no discurrir.

Una vez acabaron, se hizo un gran silencio. Un silencio de esos que atruenan y hieren. El juez, lo quebró con una voz solemne cediéndome la palabra.

Durante muchos años me tocó orar en público. Pero siempre fui una persona de discursos preparados. Siempre medí previamente, cada palabra y cada entonación, para controlar de una manera casi obsesiva el mensaje que quería transmitir.

Y qué paradoja, me hallaba justo a comenzar, el discurso más importante de mi vida, y no tenía unos folios delante preparados. Tenía que improvisar e improvisé:

-Me habéis mostrado todos los males que infringí en mi vida. A algunos pedí perdón en su día, a otros ni os recordaba, y otros tantos, reconozco que os dañé a sabiendas. No sé si en este momento, el perdón llegará tiempo, pero eso lo único que puedo pediros. También os diré que seguramente, si se hubiesen presentado en este juicio, todos aquellos que en mi vida hice algún bien, bien cierto es, que desequilibrarían la balanza a su favor.

Después se volvió a llenar la sala de silencio. Y fue cuando el juez se levantó y tomó la palabra, diciendo:

-El bien que hiciste en tu vida, en ella ya encontraste su recompensa. Pero como ves hay muchos daños que todavía tras tu muerte siguen vivos. En este juicio, no se dictan sentencias, solo se te entrega tiempo. El tiempo necesario, para pensar, tú mismo, que condena mereces...

Y un segundo después, el martilló percutió con fuerza el plato...


Buenas noches, Princesa

Te besa,

Tu mosquetero

1 comentario:

  1. Honeste vivere, neminem laedere, suum cuique tribuere, hic et nunc. Latu sensu, iustitia est constants et perpetua voluntas ius suum cuique tribuere.

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