jueves, noviembre 18

El gorrión...

Alis volat propriis.
Princesa,

un gorrión no emigra buscando el tiempo cálido en las estaciones de frío, y no por falta de ganas, sino porque su aleteo no está hecho para esos largos trayectos. Condenado a nacer y morir en los mismos espacios, donde también pasará los fríos y calores. Nadie lo quiere albergar en casa en una jaula,  ya que el plumaje pardo que viste no es hermoso y su canto tiene un timbre muy alejado de un trino melodioso. Los niños de los pueblos colocan trampas para cazarlos o tratan de abatirlos con viejas escopetas de perdigones, mientras que los niños de las ciudades, los ignoran y prefieren perseguir palomas... Para un gorrión, todos los días son iguales, todas sus semanas tienen siete lunes...

Y muchas veces, de esa guisa me veo. Revoloteando la ciudad, en busca de un charco, para saciar mi sed con dos sorbitos, y tratando de regatear a las palomas unas migas de pan caídas sobre una acera, y si no hay suerte, saliendo a las afueras, para descender sobre algún campo donde hurtar unas semillas de girasol o trigo.

Pero tengo mi nido... y por las noches sueño. Y eso nadie me lo puede arrebatar. Ahí si que atravieso océanos sobrevolando entre las nubes. Y cuando me place me acuesto sobre la arena blanca de la luna, y en las largas tardes, con medio canto prestado de ruiseñor, enamoro cardelinas, con las que termino aleteando entre los sauces de un soto que orilla un río de aguas claras.

Y así pasa mi tiempo, entre palomas de día y cardelinas de noche, suspirando que tal vez alguien piense, que la única premisa para poder volar la vida a lomos de un gorrión, es simplemente... querer.

Buenas noches, Princesa

te besa,

Tu mosquetero

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