Princesa,
en mi paseo nocturno, la niebla me presentó tres maullidos de gato en celo, y un tiritar de un perro que buscaba el efímero calor junto a la rueda de un camión aparcado en la acera de mi calle. Pareja de baile de la niebla, era el frío, y entre la danza, se inmiscuía mi silueta sin sombra, ávida de pisadas.
La bruma pesada, era capaz de reflejarme con molestia, cada uno de los alumbrares amarillos sodio de las farolas de la ciudad descansada de bullicio y tráfico. Las calles hechas infinito, de un final invisible ahogado en una humedad de hondo calado. Un vaho tibio abandonaba mi boca en cada expiración, mientras mis manos a resguardo en los bolsillos de mi abrigo, huían pavoridas de asomar al bajo cero ambiental.
Siempre busco tus ojos y tus labios, en cada portal, en cada balcón, en cada esquina... y aveces los confundo, por instantes, pintados en otro cuerpo que no es el tuyo, y es entonces cuando cierro mi ojos, y soy capaz de volver a besarte, en un beso enjuagado en el deseo de tu presencia... Se hace silencio mi vida, mi espacio se vacía y mi aire se licúa... uno, dos, diez segundos, una hora... una noche...
En ese escenario repetido, hasta una muerte cómplice, podría venir a encararme, vestirme de sombras y bajarme el telón de la existencia. Allí me hallaría, entregado, desarmado de vida y sostenido en la eternidad del sueño de tu beso...
Buenas noches, Princesa
Te besa, tu Mosquetero
A las estrellas no les importa
ResponderEliminarNo es posible contarles
leyendas y cosas así...
Dicen que caen estrellas
cada vez que alguien muere.
En el frío de las noches, escuchando
la música helada del viento,
oía los perros aullando
como aúllan por alguien que ha muerto.
A las viudas oía gritando
y a los niños sollozando por pan.
A las estrellas no les importa
si las personas vienen o se van.