viernes, septiembre 24

En penumbra...

Princesa,

No paró de llover en todo el día. Me acordé de mis ángeles de niño y sus pozales de agua.
Ya en casa, cuando me disponía a escribirte, se fue la luz. La ciudad se quedó a oscuras, repentinamente silenció su monotonía.
 Un chasquido de fósforo penumbrea mi habitación y da vida en forma de luz a una vela, que siempre permanece dormida en uno de los cajones de mi escritorio. Una mesa llena de papeles, de escritos inconclusos, libros a medio acabar y otros a medio empezar, todo cuidadosamente desordenado. Frente a mi, la vieja máquina de escribir, con la que mi padre escribía sus grises poemas en las tardadas de la eterna primavera en la que siempre vivió. A mano, una taza de café, dispuesta a ser tomada lentamente a sorbitos, y a cuya sombra siempre es más fácil escribir. Una levísima brisa, zarandea la frágil llama y con su cimbreo arrastra todos objetos de la estancia. Solo el sollozo de algún niño más allá de mis paredes, rompe el armónico silencio que me arropa. Las palabras parecen fluir del silencio, a golpes, animadas por el suave martilleo de las teclas.
Y en este marco, es difícil no acordarme de tus gestos y tus palabras, y de la espiritualidad que emana de la calma que se respira a tu lado, y también de maldecir una distancia que hoy siento más distante. No hay penumbra más grande que la soledad, y no hay poesía más triste que la que hoy no puedo ni escribir.
Me haces falta, más allá de tu voz y tu calor, me haces falta.
Tengo los labios salados, pero no de tu mar, sino de esas lágrimas que se deslizan del vacío que esta noche de silencio, me llena...
Perdóname, pero no puedo seguir escribiéndote.

...soplaré la vela y saldré a vestirme de silencio y de lluvia,...

Buenas noches, Princesa


Te besa,

Tu mosquetero

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